5.7.08

DIÀLEGS DE CORTESANS. Confessions de bocamoll


MARQUÈS. Joselín, te he llamado tres o cuatro veces y no ha habido forma de contactar contigo.

PEP. Yo ya sabía que ustet me astaba asparando con candalitas, pero toda esta sammana he astado atrafagado y casi no he parado al daspacho.

MARQUÈS. ¿Cómo fue lo del domingo?

PEP. Hisieron una aspesia de comedia bufa para ridiculisar su augusta parsona.

MARQUÈS. Ya me lo temía.

PEP. El Jaime Doliente hasía de ustet.

MARQUÈS. ¿Y qué ocurría durante la obra?

PEP. Figuraba que le hasían un judisio y como tastimonios hasían comparaser toda la fargalada: la condesa de Múnsters, la no sé qué de Montcada y Reixac y hasta el mismísimo Franco.

MARQUÈS. ¿Y a cuento de qué, todo esto?

PEP. No lo sé: no pude saguirlo bien.

MARQUÈS. ¡Cómo! ¿No estuviste allí?

PEP. Sí, pero de aquella manera.

MARQUÈS. A ver, ¿cómo se puede estar en un sitio de aquella manera?

PEP. Pues que para pasar dasaparsabido me tuve de camuflart.

MARQUÈS. Bueno, pero el camuflaje no te impediría seguir la función, digo yo.

PEP. ¿Que no? ¿Sabe aquello que disen las novelas de ladrones y sarenos, que la major manera de ascondert una cosa es dajarla en un puesto bien a la vista? Pues lo mismo me pasó a mí, que muchos se piensan que astoy como una cabra, y disfrasándome de cabra no me raconosió ninguno.

MARQUÈS. ¿Y eso qué tiene que ver con poder seguir la función?

PEP. Hombre, ya me dirá: amorrado a la paca –y conste que no es ninguna alusión a mi sañora–, venga comer farraje y más farraje. Cogí un amboldrego que en toda la sammana no lo he paído. Y, es claro, como que astaba de aspaldas al asanario, no podía saguir bien el argumento. Es como si me hubiesen tanido ansarrado en las ascorts.

MARQUÈS. ¿Dónde?

PEP. Nada, es un chiste que se me acaba de acudirt.

MARQUÈS. Chiste o no, José, retira ese término de tu vocabulario.

PEP. ¿Por qué?

MARQUÈS. ¿Tú sabes lo que son las escorts?

PEP. Es claro que sí: unos corrales y también el nombre de una barriada de Barsalona.

MARQUÈS. Quia, hombre.

PEP. Ah, pues yo siempre he dicho las ascorts, igual que digo las astidoras, las astovallas, las...

MARQUÈS. Mira, tú eres un mozalbete casto y puro como la flor de la azucena, y no debes mancillarte la boca con estas procacidades. ¿A que te casaste de blanco?

PEP. Bueno, yo sí que me caría casart así, pero la Fransuás se ampañó –y, habblando de paños, nunca tan bien dicho–, pues se ampañó que me casase de punta en blanco. Y yo, como que aquello de de punta en blanco me sonó como una clara ansinuasión, me parmití la lisensia de haserme bien asmolar la punta a fin y afecto de poder dart en el blanco. Más que nada por no haser mal papel a la hora dasisiva.

MARQUÈS. No me cuentes estas intimidades, José, que para eso están los confesores y los psiquiatras. La cuestión es que llegaste inmaculado al tálamo nupcial.

PEP. Mire si me casé immaculado que hasta el Pacha me ragaló una madredediós de Murillo para que la pusiese a la paret de nuestro dormitorio.

MARQUÈS. Por cierto que no me invitaste a la boda. ¿Dónde celebrasteis la ceremonia?

PEP. A cal Millonario, que no son bromas, ¿eh? Yo caría hasta incluso pasar la luna de miel en aquel casalisio. Imagínese: con aquellos árboles del jardín me habría ido de primera para hasert el salto del tigre.

MARQUÈS. Pero no fue posible, claro.

PEP. No, no fue posibble. Ahora, ya aparparé mi tramoya. Me había comprado de ascondidas de la Fransuás unos calsonsillos laonados de aquellos que tienen buata por dalante para marcar paquete. Ya en la habitasión, me ascondí en el armario para ponérmelos, y de pronto salgo del armario tapado sólo con una bata de las de astilo japonés. La Fransuás, al contamplar mi astampa, se cadó parpléjica y suspiró: “¡Qui mono!” Antonsas yo, viendo camino aspadito para pasart al ataquen, saaaaaaaaaaas, me saco la bata y me quedo en taparrabos. Pero ella cayó dasplomada como un saco de patatas. Se ve que al parcatarse del bulto cogió un patatús. Ante aquella situasión, yo me dacanté por la dalicadesa y ampasé a cantarle suavamente: “Tengo una muñeca vastida de asul, con su camisita y su canasú. La saqué a paseyo y se me ancostipó; la tengo a la cama con mucho dolort.” Y a madida que se ravifaba, yo le iba calmando el dolor que tanía. Fue aquello que se dise de panícula.

MARQUÈS. ¡Qué ternura!

PEP. Ella tanía mucho picort, y yo le ponía polvos talco allí donde le cosía.

MARQUÈS. Sí, claro.

PEP. Es que donde astén nuestros polvos, sañor marqués, que se ratiren los de la madre Salastina.

MARQUÈS. Vaya. ¡Y yo que te creía inocentón!

PEP. Sí, dígame tonto. Sañor marqués, tira más un pelo del coño que una récula de caballos.

MARQUÈS. ¡Habrase visto! ¡Esto son palabras mayores!

PEP. Y sólo para mayores de diesiocho años. Ápali, hasta más vert. (Clic.)