8.9.08

DIÀLEGS DE CORTESANS. Experiències estivals


MARQUÈS. ¿Qué, cómo han ido las vacaciones?

PEP. Muy bien. ¿Y a ustet?

MARQUÈS. Excelentes. Las he dedicado a la hípica y a la náutica. ¿Dónde has ido tú?

PEP. A París.

MARQUÈS. ¿Te ha gustado?

PEP. Y tanto. Bueno, al prinsipio tuve algún tropieso, pero...

MARQUÈS. ¿Qué ocurrió?

PEP. Nada, que ya salí con pravansión. Rasulta que cuando astábamos al aropuerto, antes del ambarque, fui al dutifrí a comprar ragalesia, porque si durante el vuelo tengo alguna cosa para mastagar no me pongo tan narvioso. Vi unos anvoltorios que dasían “ragalís” y me compré uno. Y daspués cuando lo abro me sale pegadulse. De modo que ya ampasé el viaje con la mosca a la narís de miedo que no me volviesen a angalipart.

MARQUÈS. Podías comprar chicles.

PEP. Es que con los chiclets me pasa que tengo la manía de inflarlos, formart una bombolla y haserla asplotart, y antonsas hay paligro que me tomen por tarrorista.

MARQUÈS. Estos temores y prevenciones se te pasarían si viajaras más a menudo al extranjero, si te airearas un poco más.

PEP. Hombre, lo que es airayarme ya lo he hecho: he vasitado la Turrifel, las Tullarías, los Campos Aliseyos, el Sacré Queurt, Mommartre, el Cartié Lateng, Notre Dam, que es donde el Cuasimodo hasía de sagristán... Y subimos arriba de todo de la catradal, al lado de aquellas gárgaras tan imprasionantes.

MARQUÈS. Gárgolas, querrás decir.

PEP. Hombre, unas asculturas que cuando llueve ascupen el agua con tanta bromera se disen así porque es como si antes hubiesen gargarisado.

MARQUÈS. ¿Y al Louvre no fuiste?

PEP. La Fransuás tanía la sabolla de llavarme allí, pero cuando vi aquella currúa de gente a la asplanada le digo: “Yo no hago el malocotón asparando una o dos horas para comprar las antradas.” Y giramos cola. A mí, sañor marqués, que me den Parí la nui. Esto sí que es vida.

MARQUÈS. ¿Fuiste al Moulin Rouge?

PEP. Ya lo creo, como los buenos. Huy, sañor marqués, sale cada jamba que hase furort. Y no como las de aquí, que nada más te anseñan el llombrigo. Aquellas son daspampanantes y te ratratan de cuerpo antero. ¡Y con un garbo y unos maneyos...!

MARQUÈS. A lo mejor conquistaste alguna corista.

PEP. Esto sí que no, que me haría miedo de arraplagart alguna malura. A más a más, yendo con mi media naranja...

MARQUÈS. ¿Es celosa?

PEP. Mire, yo, mientras era soltero, al invierno dormía con una manta de Taruel. Pues tan buen punto me casé me vi obbligado a jubilarla porque mi sañora cogía frío de pies.

MARQUÈS. Bueno, el caso es que te lo has pasado bien.

PEP. Sí, en janaral, muy bien, salvo en el capítulo de los presios. Ahora sí que he visto claro que en esta sosiadat capitalista impera por ansima de todo la liebre de oro.

MARQUÈS. La fiebre.

PEP. ¿El qué?

MARQUÈS. Que se dice la fiebre de oro. Si incluso es el título de una novela famosa.

PEP. Ah, pues yo, como que los habreos adoraban el baserro de oro, siempre me había afigurado que en los puebblos que no éramos tan prósparos se randía culto a la liebre.

MARQUÈS. Aparte de la historia sagrada, que veo que dominas muy bien, tienes que ponerte al corriente en otras disciplinas, José.

PEP. No me habble, que ahora me viene ansima la praparasión del axamen de satiembre...

MARQUÈS. A ver si haces buen papel. Ya me lo contarás. (Clic.)

PEP. Si es que la cuento.